AQUELLOS MARAVILLOS AÑOS
Muchas veces pienso que
debería de haber nacido en otra época, pero no hablo de otra etapa tecnológica
o de avances. Me refiero al amor, a las relaciones, al cortejo, a la educación,
en definitiva, y miren que odio esa palabra, a la ciudadanía.
¿Alguien recuerda esa época?
Esa en la que éramos personas y el resto valían lo mismo que nosotros. Esa en
la que un por favor no era extraño. Esa en la que existía el respeto. Esa en la
que se podía educar a un niño sin peligro de denuncia. Esa en la que se quería
de verdad y para siempre. Esa en la que no existían tanta tonterías y
libertades sin deberes.
No considero que haya vivido
esa época en su plenitud pero algo llegó a mi generación, o al menos a parte de
ella. ¿El problema? Hemos querido crecer sin molestarnos en tomar leche, eso
de fortalecer los huesos, lo de no
empezar la casa por el tejado. Todo vale, el progreso por el progreso, progreso
que controla una mayoría que es mayorcita para lo que le interesa, y para lo que
no, tiene como excusa la malísima influencia de la tele.
Todo ha ido demasiado
deprisa, hemos cambiado en un abrir y cerrar de ojos, como explicarlo, pasar de
la coca-cola sin cafeína para poder dormir a que la normal nos sobre en el
whisky.
En mi opinión antes se
producía ese cambio pero con una transición. Y eso justamente es lo que creo
que me hubiera gustado vivir. Ese punto en el que se vivía en un mundo con un
punto medio. Ese mundo en el que te quiero significaba te quiero y no un
prometer prometer... Es que me
imagino un día en mi casa, sentada en el sofá, que se acerquen mis hijos y
pregunten, “Papá y tu, ¿cómo os conocisteis?”. Antes se podía contar un noviazgo
largo, unas cartas con olor a perfume, una tuna, unas llamadas en las que
rezabas porque no te lo cogiera su padre, se podía hablar de un mundo discreto
y decente. Pero ¿ahora?. Los de generaciones cercanas a la mía, imaginen por un
momento la situación planteada antes, ¿qué responden?. “Pues mirad hijos, tras
unas largas copas en las que me cogí el ciego de mi vida, cogí un taxi camino
de una discoteca de esas de cristales rotos y suelo pegajoso, en la que ponían
un género musical conocido como electrolatino, si electrolatino, esperé una
cola interminable y, mientras yo perreaba con mis amigas, tu padre se acercó al
ritmo de <dale mamasita tacatá, dale mamasita tacatá> y nos liamos, total
una alegría para el cuerpo, lo agregué a Whatsapp y, tras largas y absurdas
conversaciones, y volver con los pies destrozados de aquellos tacones que ni un
equilibrista del Circo del Sol podría soportar, aquí estamos”. ¿De verdad?
Pobres niños, aunque pensándolo bien, como esto siga así mis hijos me darán mil
vueltas. Pero aún así me niego, yo sigo siendo una romántica en peligro de
extinción, intentado tener fe en los cuentos de hadas, que espera a su príncipe
azul, que se niega a contar a sus hijos una nefasta historia protagonizada por
una melodía de Juan Magan, que, en definitiva, cuando dice te quiero dice te quiero y que sigue soñando con aquellos maravillosos años.
Una vez más gracias por su
tiempo.
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