jueves, 9 de mayo de 2013

AQUELLOS MARAVILLOSOS AÑOS


AQUELLOS MARAVILLOS AÑOS

Muchas veces pienso que debería de haber nacido en otra época, pero no hablo de otra etapa tecnológica o de avances. Me refiero al amor, a las relaciones, al cortejo, a la educación, en definitiva, y miren que odio esa palabra, a la ciudadanía.
¿Alguien recuerda esa época? Esa en la que éramos personas y el resto valían lo mismo que nosotros. Esa en la que un por favor no era extraño. Esa en la que existía el respeto. Esa en la que se podía educar a un niño sin peligro de denuncia. Esa en la que se quería de verdad y para siempre. Esa en la que no existían tanta tonterías y libertades sin deberes.



No considero que haya vivido esa época en su plenitud pero algo llegó a mi generación, o al menos a parte de ella. ¿El problema? Hemos querido crecer sin molestarnos en tomar leche, eso de  fortalecer los huesos, lo de no empezar la casa por el tejado. Todo vale, el progreso por el progreso, progreso que controla una mayoría que es mayorcita para lo que le interesa, y para lo que no, tiene como excusa la malísima influencia de la tele.
Todo ha ido demasiado deprisa, hemos cambiado en un abrir y cerrar de ojos, como explicarlo, pasar de la coca-cola sin cafeína para poder dormir a que la normal nos sobre en el whisky.



En mi opinión antes se producía ese cambio pero con una transición. Y eso justamente es lo que creo que me hubiera gustado vivir. Ese punto en el que se vivía en un mundo con un punto medio. Ese mundo en el que te quiero significaba te quiero y no un prometer prometer... Es que me imagino un día en mi casa, sentada en el sofá, que se acerquen mis hijos y pregunten, “Papá y tu, ¿cómo os conocisteis?”. Antes se podía contar un noviazgo largo, unas cartas con olor a perfume, una tuna, unas llamadas en las que rezabas porque no te lo cogiera su padre, se podía hablar de un mundo discreto y decente. Pero ¿ahora?. Los de generaciones cercanas a la mía, imaginen por un momento la situación planteada antes, ¿qué responden?. “Pues mirad hijos, tras unas largas copas en las que me cogí el ciego de mi vida, cogí un taxi camino de una discoteca de esas de cristales rotos y suelo pegajoso, en la que ponían un género musical conocido como electrolatino, si electrolatino, esperé una cola interminable y, mientras yo perreaba con mis amigas, tu padre se acercó al ritmo de <dale mamasita tacatá, dale mamasita tacatá> y nos liamos, total una alegría para el cuerpo, lo agregué a Whatsapp y, tras largas y absurdas conversaciones, y volver con los pies destrozados de aquellos tacones que ni un equilibrista del Circo del Sol podría soportar, aquí estamos”. ¿De verdad? Pobres niños, aunque pensándolo bien, como esto siga así mis hijos me darán mil vueltas. Pero aún así me niego, yo sigo siendo una romántica en peligro de extinción, intentado tener fe en los cuentos de hadas, que espera a su príncipe azul, que se niega a contar a sus hijos una nefasta historia protagonizada por una melodía de Juan Magan, que, en definitiva, cuando dice te quiero dice te quiero y que sigue soñando con aquellos maravillosos años.



Una vez más gracias por su tiempo.

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